sábado, 7 de noviembre de 2009

Última publicación: LA OBRA Y LOS DUENDES ECUATORIALES, novela


LA OBRA Y LOS DUENDES ECUATORIALES, novela, 859 pp. Ediciones Bernardo de Legarda, Quito, Septiembre 16 del 2009, Año del bicenternario.

Lo que dice la solapa: " La Obra los duendes ecuatoriales es una novela con varios matices. Debido a su complejidad, sería casi injusto reducirla a un resumen simplificador. El texto, en sí, está conformado por varios relatos que se suceden, yuxtaponen y encuentran para formar un todo coherente. Sin embargo, se puede decir que la novela se centra, en su mayoría, en los hechos alrededor del Jasirato (o el gobierno de Jamil Mahuad) y su contexto político, económico, social, etc. Los diferentes personajes de los desímiles relatos confluyen en un halo de corrupción que envuelve la ciudad de Quito. Muchos van con la corriente que, depredadora, arrastra a los débiles y codiciosos por un río interminable de podredumbre. Los insólitos nexos entre medios de comunicación, instituciones religiosas, privadas, públicas, extranjeras y sicariatos hacen de este texto una novela que muestra el complot detrás del gobierno de Mahuad y desenmascara una ideología heredada que macera y corrompe a la sociedad, incluso, desde sus remotos principios coloniales"

"Ya que la novela hace alarde de una riqueza narrativa evidente y que los elementos a analizar son muchos, se tratará, en la medida de lo posible, de destacar los más relevantes de acuerdo al propósito de esta crítica.

Antes de entrar en lo meramente narrativo, lo que llama la atención a primera vista es la extensión del libro. Los autores en la actualidad, se inclinan por la narración de relatos más cortos y de lectura ágil. Es más, algunos escritores, conocidos por sus relatos extensos han realizado nuevos relatos mucho más cortos. Sin embargo, es más sorprendente aún, la versatilidad y destreza del autor para crear un libro de esa extensión para que además resulte entretenido, apasionante a lo largo (y ancho) del mismo. Si bien en algunos momentos, los varios relatos que componen esta novela repiten algunos de los sucesos narrados, es un libro que justifica su extensión a través de la riqueza de datos históricos, personajes (tanto históricos como ficcionales), lugares de Quito donde se desenvuelven las tramas y la habilidad con la que se relata desde varios puntos de vista narrativos"

"En cuanto a lo espacio-temporal, la historia se desarrolla, en gran parte, a finales de los noventa, en particular, alrededor del gobierno de Mahuad. Pero este espacio y este tiempo son, en realidad, un eje donde convergen las demás historias, pues algunas relatan hechos y crónicas incluso de 1787, atravesados por los comentarios de personajes contemporáneos y su apreciación sobre la herencia burocrática, maligna e hipócrita, que, hasta los presentes días, no es posible sanear.

En otras instancias, el discurrir narrativo abarca la historia de algunos personajes desde su niñez, así crecen y se desarrollan, unos fructíferamente, otros devienen malévolos residuos de heredades paternas con sus consecuentes autodestrucciones. La segunda mitad del siglo veinte acogerá las historias de pequeños duendes que irán forjando, bajo distintas condicionantes, su destino.

Quito es el escenario donde convergen estos seres, alienados unos, en pugna otros, contagiados de deslealtad y voracidad del resto. El centro de la ciudad es el primigenio ambiente que, de a poco, trueca y muta hacia un horizonte distinto en el norte, donde "el buen vivir" se manifiesta a través de la preferencia de los potentados y nuevos burgueses que el creciente comercio (y la coima) ha producido en la capital."

"Se produce una polifonía, un coro de voces que se alternan para construir variso puntos de vista sobre ls "realidad" del país de la época. Incluso, una de las múltiples voces (de los tantos personajes) que agrega su perspectiva es "EL AUTOR", quizás al puro estilo de Alfred Hitchcock en el cine, de Ernesto Sábato en la literatura y Stan Lee en los comics, Jiménez utiliza un personaje que probablemente, le permite estar en su propia novela en calidad de personajes y la justifica desde el punto de vista de su propio creador, así lo describe en varios fragmentos."

"El texto está muy bien logrado. Los personajes y sus voces reflejan coherencia y más aún, mucha solvencia narrativa. Resulta una crítica altisonante que apuesta por concientizar a lector huidizo y/o desinteresado, en fin una valiente propuesta con un potencial suficiente para convertirse en una novela, sobre la nación, de trascendencia."


Informe de la Comisión Institucional de la Casa de la Cultura:

"Este voluminoso libro de Nicolás Jiménez Mendoza es una novela de 859 páginas, estructurada en 4 partes con 19 capítulos, es realmente la biografía de una sociedad inestable políticamente, culturalmente pobre y humanamente desorganizada y desorientada. Y esta sociedad es la nuestra, la ecuatoriana."

"El autor matiza la trama con episodios eróticos, escenas de carácter histórico y mordades cuadros de gente que jugó un rol especial en su vida: maestros, condiscípulos, vecinos, amigos de taberna y mujeres de toda condición; no se escapan curas morbosos, burócratas corruptos y políticos desatinados."

"Por otro lado, el autor inserta personajes estáticos que hablan, como en el teatro, modalidad que es totalmente inusual en el género novelesco." ( Sic)

"Sataniza al gobierno de Yamil Mahuad con todos sus altibajos, aciertos, desaciertos, enfrentamientos, sucesos administrativos, compromisos internacionales, retos sociales, etc."

"Bien pudo Jiménez Mendoza con todo este amontonamiento de situaciones elaborar más de un libro anecdótico, con urdimbre y extensiones asequibles a todo nivel de lectores. También pudo estructurar una autobiografía."

"La obra tiene más de un protagonista narrador. Pues los hechos se cuentan en primera y tercera persona. Con la tercera ironiza los hechos políticos, sus corrupciones y miserias morales, la quiebra del sistema financiero, el desprestigio de los medios de comunicación, la vida citadina, las costumbres y cotidiano ritmo de ciertas familias notables de la capital."

"Con la primera persona narra sus propias experiencias, aventuras, situaciones burocráticas, morbo y deslealtades así como crónicas de carácter oficial."


Comisión de lectura de Ediciones Legarda:

"Frente a la insulsa prédica de heroísmos y santidades tan poco probables, el autor de la Obra nos muestra sobre qué fundar nuestra identidad y desarrollar el carácter nacional. A partir de una facetada y profunda imagen de lo que somos, más allá y más acá de las versiones históricas que ya no convencen, de moralismos hipócritas y de los supuestos prototipos de hombres y mujeres, con quienes muy poco nos sentimos representados ni en la historia ni en la actualidad; solamente a partir de la presencia lacerante, de nuestro origen marcado por el desprecio racial, de nuestra historia de parias que llegan a conquistar a medias su propio territorio, será posible que nos construyamos."

"La novela de Jiménez nos presenta en extenso la vida del chulla quiteño que realmente existió, su biografía, para decirnos que encarna a la clase media de la nación mestiza, el hombre que es de determinada manera porque quiere ser de otra. El chulla quiteño que nos presenta la Obra no viene del folklore, ni del rumor tradicional, sino de la realidad. Allí están, Plinio López, el Mosquito Yerovi, Fausto González, César Pardo, el Terrible Martínez..., protagonistas de la vida quiteña."

"A través de sus páginas, desde el ángulo demoledor del futuro, se quita el maquillaje al sistema "democracia", sus mecanismo, sus trampas maquilladas con ideología. Esta Obra propone una alternativa humanista, antipoder, desde el reconocimiento identitario. Una construcción nacional en planta, permanente creación y búsqueda del sentido de la vida. Una Obra que está en marcha pero aún lejos de estrenarse plenamente, una esperanza. La denuncia de la falsedad del sistema es implacable y consiste, principalmente, en mostrar, desde ángulos sorprendentes, hechos y protagonistas que aparecieron en los diarios de la época, y los comentarios que, sobre éstos, hicieron otros personajes, con caústico humor quiteño."

"Por fin aparece un libro como este, que es ante todo una novela histórica, pero llama al pan pan y al vino vino, tiene propuestas de libertad y no evade la triste realidad, sus protagonistas son concretos y reconocibles hasta por los más desentendidos. Su trama es intensa y fuerte, como la historia, y expuesta, además, con poderosa literatura. Leerla nos lleva de la risa al llanto, porque Jiménez ha manejado el humor y la ironía con originalidad y talento."

"Es una novela larga, apasionante, consigue mantener el interés del lector mediante avances dinámicos en cada una de las diez historias que la conforman, a la vez que entrelaza cad una de ellas con un torrente de acción y comentarios. La vida de la nación está detallada como en un inmenso mural, en el que no falta nadie y todos tienen voz, cada quien con la fuerza de su drama. Es también el testimonio de lo que fuimos a finales del siglo XX, cuando la crisis mahuadista nos precipitó a la globalización de la competencia y el consumo desvergonzados. Propone también, a la nación, una alternativa libertaria, anárquica, en el sentido humanista, no político, que impida nuestra disolución en el vientre del monstruoso mundo moderno y nos haga triunfar sobre nosotros mismos, para seguir teniendo destino propio en la historia futura.


Fragmentos

"Cuando estaban por concluir sus funciones en el Ecuador, el embajador usaita, un mulato malicioso y hablador, acusó a los empresarios nacionales de ser máximos responsables de la crisis. Fueron ellos, dijo, quienes se beneficiaron con dieciseis mil millones de dólares, en préstamos, que se los farrearon en vez de ampliar y modernizar sus empresas. Los empresarios, esos que acusan de no administrar bien, esos que critican el exceso del gasto oficial, se comieron miserablemente los préstamos recibidos dizqué para mejorar la agricultura, la industria y el comercio; se compraron departamentos en playas extranjeras, perdieron inversiones especulativas hechas en el extranjero, se hicieron de putas caras, derrocharon en casinos y becas millonarias para hijos bobos, hicieron turismo del más lujoso. El embajador usaita, aconsejó, a los que aconsejaban por el pago de la deuda externa del Ecuador, que orientaran sus esfuerzos por encontrar a quienes se beneficiaron de esos dieciseis mil millones de dólares que el país tiene que pagar y responsabilizarlos de la deuda pública. Pero, en esto no obedecieron al representante del imperio, los partidos pólíticos, ni las cámaras de la producción, ni los grandes intelectuales, ni los medios de difusión social. Nadie hizo el menor gesto de iniciar tal investigación. El embajador usaita, cínico y malhumorado, dejó el país rumeando verdades sobre las cuales ningún lider local ha querido pronunciarse menos actuar. Aunque en este aspecto el agente usaita fue desoído, hubo una fotografía publicada en la primera plana de un diario de Guayaquil, que se consideró símbolo del habitual sometimiento de nuestro país al imperio: un gringo grandote con corbata y chaqueta sueltas, de pies, tomando con ambas manos su cinturón a lo mero macho, se echaba para adelante y, sin dignarse poner los ojos en su interlocutor, arremetía contra alguien o algo hablando a los gritos. Protagonizaba, sin duda, un desplante. Y, por debajo del gringo, nuestro presidente hundido en un sillón, encogido por el susto, oía la perorata. El usaita que abrumó a nuestro mandatario era el llamado zar antidrogas, poderoso funcionario, encargado de boicotear el único negocio exitoso de latinoamérica con los usa: la cocaína. Los ojitos, como de perro apaleado que mostraba Jasir, daban la medida del poder que estaba manifestándose ante él." Página 688 - 689


"En alguna de las peregrinas reuniones internacionales, por donde vagó en presidente Abdul, se había acordado crear en cada país, una oficina encargada de fomentar la paz mediante la cultura. La iniciativa resultaba extravagante porque implicaba un concepto de cultura por demás impropio. ¿Qué cultura se encargaría de propiciar qué clase de paz? Pero así son las propuestas de los posmodernos. No se olvide que Jasir fue proclamado, por un expresidente gringo, nada menos que adalid de la paz y la anticorrupciòn, y que el inefable Eliseo Latif había puesto su inspiración a la orden del gobierno amigo; era pues que dicha oficina se hiciera realidad, porque sobraba madera para hacerla. La primera y graciosa medida que se tomó, al respecto, fue nombrar director de la cultura pacífica al novio de la ministra de cultura, quien todavía estuvo, inexplicablemente, sin empleo. También tuvieron que improvisar lo demás, pues lo que se hace con pasión se hace de apuro, no existía presupuesto para armar el despacho, entonces se acudió a un expediente que la novia conocía bien: suprimir la dependencia ministerial donde trabajaban los tipos que peor le caían, cancelar a su personal, tomar los muebles y equipos y ¡listo! apareció el despacho. El novio tuvo donde y con que comenzar a promover la paz de la cultura. Pero esa oficina no sobrevivió a la caída de Jasir, con ministra de cultura y todo, inclusive, antes del porrazo, ya había sido descalificado por haber usurpado la razón social del organismo mundial que la auspició." Página 329


"Irene me dijo, que hasta la mujer más frívola, mientras hace bien la labor de parto, se vuelve manifestación de lo sagrado. Irene tenía cabeza grande, pelo negro y lacio que le caía desordenado sobre los hombros, grandes ojos para mirar abismos hasta en minucias. Era simplemente hermosa, es decir solo hermosa. Me sorprendían sus manos, diestras pequeñas hadas, sutiles, que se movían inventando formas y atrayendo signos de otros mundos. Yo bromeaba con ella, diciendo que el cielo le había yapado cerebro, o que a lo mejor le puso corazón en la cabeza. Su fragilidad era una celada para batir al duro tráfago del siglo, y una formidable oposiciòn a las voluntades de poder y competencia que hacen tan triste al mundo.


A la vez se manifestaba sensual y engreída, decir sentir como un pellizconcito dulce bajo el vientre cuando yo la besaba, le gustaban las formas de amarla que yo inventaba. Me acariciaba reposadamente, con las manos, con los pies, con los senos, con la lengua. Se dejaba ir en un rito de adoración a la vida. No existe el amor total, Mateito, me decía, te daré el mío por partes: si tienes hambre te alimentaré, si quieres reír, bailaré para ti, y si quieres volverte zángano te lo permitiré. Mañana, al despertarnos, puedes besarme aquí abajo, voy a esperar la noche entera, me decía, para ser feliz con tus besos este martes.


Era feliz, y su alegría subversiva. Consiguió torcer mi supuesta cordura. Era una artista criando a su hijo, lo hacía hombre. Detestaba la deslealtad y los formulismos, no quiso casarse conmigo, sino amarme. No vestía a la moda. Cuando leyó su ponencia sobre " La mujer en la era posmoderna" las feministas la censuraron y le lanzaron tomates. Amaba a Julio Cortázar, al Ché, a Rodin y al doctor Delgado, decía que tenían en común la integridad. Ayudaba a los amigos drogadictos. Toleraba el irracionalismo en la Universidad pero no la estupidez presuntuosa. Defendía a la universidad, la padecía." Página 258


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miércoles, 12 de agosto de 2009

Obras: ÁRBOL AL FILO DEL DESIERTO, novela



ÁRBOL AL FILO DEL DESIERTO, novela, 498 p.
Ediciones Bernardo de Legarda, Quito, Diciembre 6 de 1999. Premio nacional “Joaquín Gallegos Lara 2000”, segùn el jurado “por sus méritos en la creación de personajes, recreación de la cotidianidad de una época y planteamiento de conflictos existenciales.”


Hernán Rodríguez Castelo, en el discurso de entrega del Premio:
“Desde mi mundo, el mundo de la Crítica Literaria, debo decir que cuando conocí el resultado en el que se le daba el premio como a la mejor novela del año a Árbol al Filo del Desierto de Nicolás Jiménez Mendoza, sentí una profunda complacencia, porque este libro, con tener la importancia que tiene, no ha recibido, en los medios de comunicación, mayor atención. Este premio viene a reparar una injusticia; porque esta es un novela importante, me atrevería a decir que esta es la gran novela de Quito.

Esta novela está hecha a mitades. De reflexiones, de meditaciones del personaje principal que se enfrenta a los problemas existenciales, a los problemas de su tiempo; que está angustiado porque -esto se sitúa entre los años 30 y 40- desde entonces ya avizoraba la postmodernidad; y toda esa angustia se va presentando en sus soliloquios, en sus meditaciones. Pero, con estos pasajes interiores, casi filosóficos, alternan cartas que le escriben las hermanas a este Dr. Aguirre, periodista que ha tenido que exilarse, que ha tenido que desterrarse en otro clima, en otro mundo que es Guayaquil, por razones de salud.

Y las hermanas le escriben desde Quito, cartas; y estas cartas son el mayor documento literario que yo conozca de la vida de Quito. Cartas de una aparente monotonía, porque todas están con los mismos problemas; que el arriendo..., que han subido los impuestos prediales, que la señora que vive en el zaguán no paga los arriendo a tiempo... Se trata de una familia noble, venida a menos, que tiene que arrendar muchos cuartos en la casa y sufre de enfermedades y mil problemas... Y se ve Quito. Quito un todo. Nunca una novela sobre Quito atendió a toda esta cotidianidad. Y por la estructura y por el ritmo que coge, esa monotonía se convierte en mayor valor de la novela, porque la vida de Quito era monótona, era triste, era un poco opaca; esta pequeña aldea que era Quito en esos años.

El conjunto de la novela como que nos devuelve a un período de la vida de Quito, con una vida, con una emoción, y con una autenticidad con lo que no lo ha hecho nunca un libro de Historia, porque un libro de Historia no tiene estos enormes poderes de la Literatura.”


Fragmentos de “Árbol al filo del desierto”

"Sospecho que el Viejo quiere bajarse del caballo, a lo mejor ni él mismo cae en cuenta del tamaño de su cansancio. Temo que yo tenga que heredarlo, sin remedio; no será Marcelo, el comedido, a quién le toque, ni a las muchachas. Tendré que retomar su angustia y arrastrarla en medio de los hombres, para que no todos puedan excluirse de la búsqueda y para que la duda esencial tenga vigencia, así sea en las fondas y en las cantinas del mundo.

El Viejo llegó a ser el terror de la comarca, besaban su mano los poetas jóvenes y viejos, hasta los chagras que llegaban del Austro con ínfulas de castellanos puros. Tuvo poquísimos amigos; eran libros, libritos y librotes, con melifluas dedicatorias, los que se amontonaban en su biblioteca.

Del Viejo quedará poco, se cumplirá con él la ley del olvido; o sea que la nube de sus aduladores, avergonzada por sus propias humillaciones, no hablará de él después de que muera, ni dejará que los demás hablen; desearán que sus mendicantes cartas desaparezcan. Y preferirán perpetuar la memoria del otro, del gran alcahuete de mediocridades, fundador de dinastías intelectuales auténticamente idiotas. El Viejo quiere replegarse y, quién sabe, debería ir con él. Lo veo calcinándose con los fuegos de fin de cuentas, con su palabra vuelta insípida, cortejado por los cacaos, ocultando en un silencio enigmático sus propósitos.

Veo sumisa su vida, que antes se desbordaba irónica, obcecada. Ya no muestra el rostro del orgullo, de la victoria; lo veo encogerse hasta cuando se nombra a la tía Luisa en su presencia. Débil titán de la inteligencia, pobre. En sus tiempos heroicos, se reprochaba, acusándose por la pobreza de su casa; pero, en la calle, pronto olvidaba el arrepentimiento: se iba contra el gobierno o se escurría a merodear por Quito. Caía de un cargo, iba a otro, escribió en toda la prensa de su tiempo.

Está queriendo desmontarse, y no podré con su ausencia, con su apellido, ni con los infinitos puntos suspensivos que deja su vida. Creo que se entiende con Dios, o que ni siquiera con Él se entiende. Me abrumará su silencio. Tal vez ya esté más allá del bien y del mal, entonces morirá pronto, es lo que suele suceder...
 "Gustavo nació en Quito, y, además, se hizo quiteño peregrinando por la ciudad. Huérfano, rencoroso, perseguido por la voz y los ojos de la tía Luisa, caminó siempre, asumió la calle día a día; primero, jugándose sus canicas, con los guambras; después, apostando los dientes y el honor en lances juveniles contra los del otro barrio; por fin, exponiendo su vida noche a noche, transitando por el límite, sumido en la bohemia para mantenerse lúcido bajo la luz terrenal a la que jurara fidelidad. Iba cuesta arriba, después cuesta abajo, reelaborando la textura áspera de la ciudad, añadiendo sombras y luces al espacio donde había sido arrojado. La vida, pues, le iba grande y, a veces, estrecha. Desconcertado, sin elaborar proyectos, ávido de licor y pasillos, sintiendo íntimamente esa derrota musical que reivindica la muerte ante el fracaso del amor, se disminuía menos en la cantina que en las labores cívicas o en los estériles ejercicios de la razón humana que había fracasado, siempre, en doctrinas y filosofías.

Para Guayaquil, apenas llegó, era un absoluto extraño; Gustavo se sintió huérfano otra vez. Su relación con esa ciudad comenzó siendo desconfiada; durante las primeras semanas avanzó apenas hasta las esquinas más cercanas. Se contagiaba fácilmente del dialecto guayaquileño, tomaba sigilosamente los primeros tragos, a hurtadillas, en solitario.

Pero eso no podía durar, ya le había llegado el efluvio lujurioso de un trópico escondido, la fragancia de una vida peligrosa y fascinante. Y cierto día salió a caminar, partió del hemiciclo de La Rotonda, siguió a lo largo del bulevar 9 de Octubre, hasta la calle García Moreno y por ésta hasta la 10 de Agosto, siguió a Chimborazo y a San Martín; llegó a Eloy Alfaro, fue a Rocafuerte, tomó por la Colón, dio en Pichincha, siguió hasta Aguirre y por ésta volvió a la Chimborazo; torció por Luque, por Lorenzo de Garaicoa, y estuvo otra vez en la 9 de Octubre. Frente al Tenis Club, empapado en sudor, experimentó la satisfacción de un buen encuentro. La ciudad ya le era menos extraña, la encontró accesible y bullanguera, así es que se apartó del Centro y entró a tomar cerveza fría en un salón. Cuando regresó a mirar al mozo que lo atendía, se encontró con la cara morena, la brillantina y los ojos fieros de Canessa."

Obras: EL ASUNTO, cuentos

EL ASUNTO, cuentos, 134 p.
Ediciones Bernardo de Legarda, Quito 1997.

En febrero de 1997 se presentó su libro de cuentos El Asunto, sobre el que Cecilia Velasco dijo:

“Está presente, y con enorme fuerza, un aire de cinismo, manejado por los distintos narradores. Algo que a lo mejor se podría expresar con un “me masturbo en público, ¡y qué!”. O sea, me engaño, me hago las ilusiones de ..., me aprovecho en cierto sentido, entro en el juego del poder, del oportunismo, del arribismo ¿y qué!.

Por supuesto que se trata de un cinismo amargo, lúcido en varios momentos. Ese aire de cinismo permite, por supuesto, la crítica y la autocrítica.

La burla de los otros, pero también de sí mismo, Hay mucho amargor, mucha ironía. Eso, en general, es sano en la edificación de un mundo ficticio auténtico.

Tenemos el sabor de una literatura no complaciente, sino dura, que hace, a momentos, gala del desparpajo, de la desfachatez. Acaso detrás de esa desvergüenza haya algo que pueda salvarlo todo, y sea un cierto dolor, si bien, camuflado por la dosis de “caradurez” de la que algunos precisan para sobrevivir... configura un mundo y una cosmovisión propios; crea una atmósfera de extrañeza, de que se están tocando ámbitos poco explorados, de que podemos ingresar en ambientes aún poco frecuentados de las duras relaciones que mantenemos los seres humanos”.

Fragmento de “EL ASUNTO”, en el libro del mismo nombre.

"Era pequeño, macizo, tenía la nariz ganchuda, el pelo muy lacio y enormes manos pálida. Vestía una sempiterna chompa de pana gris, calzaba gastadas botas de suela ancha. Deben haberle disparado de primera, porque, estoy seguro, él no se habría precipitado a un encuentro suicida.

Si hubiese tenido oportunidad la habría aprovechado, habría mostrado a los captores sus manos desarmadas y les habría dicho algo como : “tranquilos, no pasa nada, aquí estoy”. Se habría entregado otra vez a la tortura y a la cárcel espantosa, ya las conocía y las había vencido anteriormente. Aunque, quién sabe, sería comprensible que no hubiese querido volver a sufrirlas jamás. él no se habría cansado de vivir, porque le gustaban demasiado las cosas de la vida y también porque tendría conciencia, a esas altura, de que nadie podía reemplazarlo, comandante sin ejército, en su puesto.

Y pienso que su sensibilidad, esa que se le evidenciaba de repente con matices evangélicos, pudo determinarle a ir desarmado, pues quizás había salido a pasear con la compañera, tomándola por la cintura, y habría estado cuidando de que ella no corriera riesgos, preservándola a su modo de cualquier daño, a ella, a la que murió con él. "

Obras: SARA, novela




SARA, novela, 213 p.



Artes gráficas Señal, Quito 1995.



A principios de 1996 circula la novela SARA. primera obra de Jiménez. Simón Espinosa Cordero dijo de ella: "es una novela larga, compleja, descarnada, teológica. Narra la vida interior de Andrés Giler, un militante y activista, su infancia, estudios, matrimonio, labor política, crisis, locura, reencuentro con la mediocridad, conversión, hallazgo de su verdadero ser y misión, aceptación definitiva de su inocencia esencial y de su ineptitud para la acción y el matrimonio. El contrapunto de esta voz narrativa es su esposa Sara, quien lo acompaña a regañadientes a lo largo de su derrotero, asumiendo con gran fortaleza una función de madre y madrastra a la vez.


Contemplan este retorno a la semilla los compañeros de estudio más próximos a Andrés y un hombre casi anciano, matriculado también en la universidad. La vida de estos compañeros desemboca en finales imprevistos: la soledad, las mujeres, la traición y la amistad....


Compleja por la estatura de los cinco personajes principales. Hay que seguir cinco historias, cinco ferocidades, cinco descalabros, cinco soledades. De estos cinco agonistas, Andrés tiene la mayor estatura, luego Sara, después Alberto, y la menor, sin ser de enanos, Marcelo y Daniel en ese orden... El tema mismo resulta complejo porque no es un tópico en la novela ecuatoriana.
Fernando Tinajero ha tratado el desencanto. Jorge Icaza en “El Chulla Romero y Flores” lleva a su personaje a la redención. La novela de Jiménez sume al personaje en el desencanto y la locura, lo redime también pero mediante una vuelta que más que copernicana sabe a la paradoja cristiana de los místicos españoles: dejarlo en la nada para llegar a un todo que, en apariencia, sabe a cruel desnudez, aunque en lo profundo sea un triunfo de la debilidad sobre la fuerza y del fracaso sobre el éxito. Un final que conturba al lector y que lo puede dejar desencantado.... Sin embargo una novela tan compleja, descarnada y teológica, que pesa por sí misma y que llega a lo hondo de quien la lee...”

Los editores dijeron: “Sara, la compañera, es el contrapunto de Andrés en la común y compleja respuesta de fe que ambos personajes dan al caos de vida que les ha tocado, Sara es el más próximo indicio que tiene Andrés para sortear el laberinto. Andrés intenta rescatarse, durante la crisis, con referencia a Sara. La mujer lo pastorea implacablemente para regresarlo a sus cabales.”



El lector de “Libri Mundi” dijo de Sara: “La novela, en su conjunto, demuestra dominio en el manejo del lenguaje. Se logra, a lo largo de su construcción, crear una atmósfera de “pérdida” en torno al personaje Andrés, el protagonista, así como configurar, con riqueza y complejidad características sicológicas....
Un importante acierto constituye la creación de la ciudad. Quito aparece recreada con logros estéticos importantes. Se trata de una urbe vista, además, desde los ojos de personajes que corresponden a un sector específico: sus habitantes pobres, que muestran un nivel de conciencia y participación política. A este respecto, si bien la mayoría no puede ser asumida al margen de su militancia y de sus preocupaciones éticas, filosóficas y sociales, probablemente el discurso, las discusiones políticas concretas, resulten excesivas...
Cuando se consigue ironizar sobre la izquierda, complicar su panorama, mostrar sus costuras últimas -en suma, subjetivarla, verla desde la perspectiva de lo íntimo- el tema no se moraliza y resulta libre de los lugares comunes, los esquemas conocidos por todos....
En la novela se siente la presencia de elementos que configuran un cierto carácter o modo de ser y de sentir de los ecuatorianos, al alterar la narración lógica y ordenada de sucesos a través de los conceptos de medicina popular, extraídos de un libro que tiene importancia en el argumento de esta novela, es un buen acierto y logra crear en el lector la imagen de unos conocimientos, unos referentes, unas costumbres, a los que siempre se vuelve....
La impresión final que queda, luego de producida la lectura, es que nos hemos enfrentado a una obra en la que se debate mucho, en la que se cuestionan muchos valores, en la que se desnuda la intimidad de un sujeto que ve retrospectiva y críticamente varios sucesos.”



Fragmento de “Sara”:



“Las canciones se hacen más dulces en la noche. La radio suena y Sara se arropa para dormir, una colcha roja está cubriendo su carne, pero sus ojos vagan por el verde de las paredes, muy vueltos a la vida, tiernos, claros. ¡De qué me acuso?, piensa. Llegaba sucio de sudor, sucio de infidelidades. Llegaba de tarde en tarde, cansado, con botas y con sueño para dormir hasta medio día, para comer con malos modos. Él que me amó tiene el cuerpo tatuado con lejanías, la carne olor a humo, a hojas. Cuando su amor era nuevo mi cuerpo se animaba, yo soltaba a mi cuerpo para que paciera en esos llanos umbrosos y mi cuerpo se hartaba, era mi cuerpo feliz.

Ese hombre enredaba mucho los sueños con las cosas, de modo que las ensuciaba; las cosas embarradas del hombre me acosaban hasta hacerme naufragar. Y naufragué en una angustia descolorida. Él me mató en cierto modo en cada travesía que me obligó a hacer. Yo descalza, yo con las manos en el quehacer concreto, yo bella. ¡Ese hombre de corazón errante! A veces cantaba para él, las canciones más bonitas que aprendí de mi madre, canciones al hombreniño porque era niño. Me donaba. También me enredé con los pliegues de su filosofía, de su religión y de su moral social, con sus encantos de razón. Yo emergía cada vez más pequeña y madura, más cansada. ¡Oh, Dios, cuánto cansancio acumulé viéndolo jugar, hacer maromas! Salía a buscar los frutos que al hombre le gustaban: dulces y fuertes. Los frutos fermentaban en mis manos. Él me atemorizaba con sus hambres. Llegó a dolerme aderezar las viandas para el niño, cantar para él. Mientras jugaba con fuego, me abrazaba, se reía a veces y a veces lloraba.

A ese hombre que no era amable, le gustaban también las tardes con luz mortecina, las mañanas con sol furioso y las noches de estrellas frías. Las veinticuatro horas le gustaban y seguían buscando, siempre olvidaba las llaves, quería hacer su ejercicio fervoroso de saltar los muros. Me miraba con el humo de sus ojos que lo mismo que espantarme el sueño.

Me dicen que enloquece, será una locura que lo volverá más niño, quizás sea la seña de su amor, de su feo amor que me propone, sin desear, un retorno.


Estará regresando, entonces, desde su mundo cargado de tibiezas, desde el limbo donde lo serio es pasatiempo y la gente es insegura y no se sirve rectamente de la vida. Quizás vuelve a mis hijos, podría ser que extrañe mi rostro hueco para seguir anidando su timidez; ya no soy el cuerpo languidesciente que un día huyó sin equipaje, soy la roca de la realidad.


No soy un refugio, no busco la ternura ni la ejerzo, el hombre deberá pagar, si es que le nace la vergüenza, todas las cuotas que descuidó su cinismo, me alimentará y cuidará de mis hijos, me colmará con aderezos. Yo pondré sombras en el lecho, me haré artesana del amor y le trataré con un tino que lo avergüence. Sabrá que viaja hacia él mismo; ese niño no morirá de frío, pero lo expulsaré de la tibieza, le pondré grillos en los pies y anteojeras de asno, para que padezca.


Y será, será, allá afuera, un hombre. Mirará al cielo para maravillarse de su infinito futuro. Le tejeré con rigor un alma. Es la condena que comienza a pesarme otra vez, como un mar que gotea en mis llanuras, como un parto de pantanos, su retorno”

martes, 11 de agosto de 2009

Presentación


Me llamo Nicolás Jiménez Mendoza. Nací en el barrio de San Roque de Quito, el 16 de septiembre de 1941. Estudié en la escuela San Pedro Pascual, en el colegio Mejía y en el filosofado de San Gregorio de la PUCE.

Desde 1957 he trabajado como voluntario a favor de los demás, según creí, en cada caso, que debía hacerlo. Milité en Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana, ARNE, hasta 1961; en la Acción Católica Universitaria hasta 1967; en la central obrera CEDOC y la Izquierda Cristiana hasta 1976; ejecuté el proyecto de empresas comunitarias del Plan Solanda, fui secretario general del sindicato de trabajadores de la Fundación Mariana de Jesús, hasta 1981; fui director provincial de la Acción Carcelaria, durante ocho años; y hasta ahora soy oficial de taller para recuperar técnicas de la artesanía tradicional de Quito.

Me considero escritor desde 1995, cuando publiqué mi primer libro, la novela “Sara”. Ya tenía 54 años de edad y desde entonces ejerzo esta profesión.

Mientras trataba de mejorar el mundo mediante mi acción voluntaria, tuve que ganarme la vida como contabilista, promotor social y profesor. Hoy escribo y trabajo de anticuario y artesano.
Como cualquier hombre que ha visto tanto del mundo, ha recibido la luz y tiene mi edad, soy agnóstico y anarquista. Detesto a la política que es lucha por el poder, también a las religiones que son instrumentos para dominar con la ignorancia y el miedo. Está en la naturaleza del poder el tratar de absolutizarse y ser permanente. Creo muy poco o nada en las organizaciones y sus líderes. Los sistemas de poder, llámense como se llamen, son inhumanos; me siento bien marginándome cuanto puedo del sistema que impera sobre nosotros. Tengo que enfrentar, en consecuencia, la marginación con que el sistema pretende despojarme de los derechos que tengo como ser humano. Resistir al sistema, sin violencia, es el fundamento de mi ética de libertario. Creo en los jóvenes que tienen la inteligencia fresca, mientras son libres; creo que la nación ecuatoriana tiene, como todas las naciones, un misión, en el concierto mundial de pueblos, a la que es natural adherirse.

Sobre el Autor

“Conocí a Nicolás Jiménez por etapas como en las excavaciones arqueológicas. De joven leí a su abuelo Nicolás y en sus ensayos aprendí admirar y temer al implacable Federico González Suárez. En la década del 70, a través de Hernán Crespo Toral, del Museo del Central, de la burocracia ilustrada del Instituto Emisor traté fugazmente a Nicolás, el nieto. Me impresionó su cabeza ancha que me recordaba los bustos sin pupilas de César y Cicerón. Me hablaban bien de su taller al lado de la Academia al lado de la Merced al lado de la Ipiales. Pasaron diez años. Entonces me buscó. Me trajo un voluminoso manuscrito de su primera novela SARA. Le hice observaciones al texto, pero le escribí un prólogo serio, benévolo en parte y duro en buena parte. Quizás por estas circunstancias SARA, la novela Nicolás, me ha dejado huella. Conocí a su compañera. Vi cómo trabajaban. Supe de su formación, de la de Nicolás, escolástica con los filósofos jesuitas, marxista con la izquierda cristiana, desencantada con la realidad política y humana cotidiana. Esos ojos vacíos de los bustos de César y Cicerón cobraron vida. Y vi mucha vida, dura, fuerte, peleadora, tenaz en Nicolás cuando entró a defender sus derechos y los de su Fundación en un típica lucha contra el poder de la burocracia.”

Simón Espinosa Cordero, del discurso de Presentación de Sello Editorial, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el Jueves 12 de febrero de 1998-

“Nicolás Jiménez, un hombre alejado de los círculos literarios e intelectuales, un trabajador estrechamente vinculado con la producción artesanal, y no por ello un antiintelectual, ha sido mordido, ya en la madurez, por las palabras, y lo ha sido de un modo radical, y esperemos que definitivo.”

Cecilia Velasco Andrade, Cultura No. 8, revista del Banco Central, nov./2000
"Un libertario, apasionado y casi obsesivo"
Rita Merino Utreras, su compañera.