Ediciones Bernardo de Legarda, Quito 1997.
En febrero de 1997 se presentó su libro de cuentos El Asunto, sobre el que Cecilia Velasco dijo:
“Está presente, y con enorme fuerza, un aire de cinismo, manejado por los distintos narradores. Algo que a lo mejor se podría expresar con un “me masturbo en público, ¡y qué!”. O sea, me engaño, me hago las ilusiones de ..., me aprovecho en cierto sentido, entro en el juego del poder, del oportunismo, del arribismo ¿y qué!.
Por supuesto que se trata de un cinismo amargo, lúcido en varios momentos. Ese aire de cinismo permite, por supuesto, la crítica y la autocrítica.
La burla de los otros, pero también de sí mismo, Hay mucho amargor, mucha ironía. Eso, en general, es sano en la edificación de un mundo ficticio auténtico.
Tenemos el sabor de una literatura no complaciente, sino dura, que hace, a momentos, gala del desparpajo, de la desfachatez. Acaso detrás de esa desvergüenza haya algo que pueda salvarlo todo, y sea un cierto dolor, si bien, camuflado por la dosis de “caradurez” de la que algunos precisan para sobrevivir... configura un mundo y una cosmovisión propios; crea una atmósfera de extrañeza, de que se están tocando ámbitos poco explorados, de que podemos ingresar en ambientes aún poco frecuentados de las duras relaciones que mantenemos los seres humanos”.
Fragmento de “EL ASUNTO”, en el libro del mismo nombre.
"Era pequeño, macizo, tenía la nariz ganchuda, el pelo muy lacio y enormes manos pálida. Vestía una sempiterna chompa de pana gris, calzaba gastadas botas de suela ancha. Deben haberle disparado de primera, porque, estoy seguro, él no se habría precipitado a un encuentro suicida.
Si hubiese tenido oportunidad la habría aprovechado, habría mostrado a los captores sus manos desarmadas y les habría dicho algo como : “tranquilos, no pasa nada, aquí estoy”. Se habría entregado otra vez a la tortura y a la cárcel espantosa, ya las conocía y las había vencido anteriormente. Aunque, quién sabe, sería comprensible que no hubiese querido volver a sufrirlas jamás. él no se habría cansado de vivir, porque le gustaban demasiado las cosas de la vida y también porque tendría conciencia, a esas altura, de que nadie podía reemplazarlo, comandante sin ejército, en su puesto.
Y pienso que su sensibilidad, esa que se le evidenciaba de repente con matices evangélicos, pudo determinarle a ir desarmado, pues quizás había salido a pasear con la compañera, tomándola por la cintura, y habría estado cuidando de que ella no corriera riesgos, preservándola a su modo de cualquier daño, a ella, a la que murió con él. "
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