miércoles, 12 de agosto de 2009

Obras: SARA, novela




SARA, novela, 213 p.



Artes gráficas Señal, Quito 1995.



A principios de 1996 circula la novela SARA. primera obra de Jiménez. Simón Espinosa Cordero dijo de ella: "es una novela larga, compleja, descarnada, teológica. Narra la vida interior de Andrés Giler, un militante y activista, su infancia, estudios, matrimonio, labor política, crisis, locura, reencuentro con la mediocridad, conversión, hallazgo de su verdadero ser y misión, aceptación definitiva de su inocencia esencial y de su ineptitud para la acción y el matrimonio. El contrapunto de esta voz narrativa es su esposa Sara, quien lo acompaña a regañadientes a lo largo de su derrotero, asumiendo con gran fortaleza una función de madre y madrastra a la vez.


Contemplan este retorno a la semilla los compañeros de estudio más próximos a Andrés y un hombre casi anciano, matriculado también en la universidad. La vida de estos compañeros desemboca en finales imprevistos: la soledad, las mujeres, la traición y la amistad....


Compleja por la estatura de los cinco personajes principales. Hay que seguir cinco historias, cinco ferocidades, cinco descalabros, cinco soledades. De estos cinco agonistas, Andrés tiene la mayor estatura, luego Sara, después Alberto, y la menor, sin ser de enanos, Marcelo y Daniel en ese orden... El tema mismo resulta complejo porque no es un tópico en la novela ecuatoriana.
Fernando Tinajero ha tratado el desencanto. Jorge Icaza en “El Chulla Romero y Flores” lleva a su personaje a la redención. La novela de Jiménez sume al personaje en el desencanto y la locura, lo redime también pero mediante una vuelta que más que copernicana sabe a la paradoja cristiana de los místicos españoles: dejarlo en la nada para llegar a un todo que, en apariencia, sabe a cruel desnudez, aunque en lo profundo sea un triunfo de la debilidad sobre la fuerza y del fracaso sobre el éxito. Un final que conturba al lector y que lo puede dejar desencantado.... Sin embargo una novela tan compleja, descarnada y teológica, que pesa por sí misma y que llega a lo hondo de quien la lee...”

Los editores dijeron: “Sara, la compañera, es el contrapunto de Andrés en la común y compleja respuesta de fe que ambos personajes dan al caos de vida que les ha tocado, Sara es el más próximo indicio que tiene Andrés para sortear el laberinto. Andrés intenta rescatarse, durante la crisis, con referencia a Sara. La mujer lo pastorea implacablemente para regresarlo a sus cabales.”



El lector de “Libri Mundi” dijo de Sara: “La novela, en su conjunto, demuestra dominio en el manejo del lenguaje. Se logra, a lo largo de su construcción, crear una atmósfera de “pérdida” en torno al personaje Andrés, el protagonista, así como configurar, con riqueza y complejidad características sicológicas....
Un importante acierto constituye la creación de la ciudad. Quito aparece recreada con logros estéticos importantes. Se trata de una urbe vista, además, desde los ojos de personajes que corresponden a un sector específico: sus habitantes pobres, que muestran un nivel de conciencia y participación política. A este respecto, si bien la mayoría no puede ser asumida al margen de su militancia y de sus preocupaciones éticas, filosóficas y sociales, probablemente el discurso, las discusiones políticas concretas, resulten excesivas...
Cuando se consigue ironizar sobre la izquierda, complicar su panorama, mostrar sus costuras últimas -en suma, subjetivarla, verla desde la perspectiva de lo íntimo- el tema no se moraliza y resulta libre de los lugares comunes, los esquemas conocidos por todos....
En la novela se siente la presencia de elementos que configuran un cierto carácter o modo de ser y de sentir de los ecuatorianos, al alterar la narración lógica y ordenada de sucesos a través de los conceptos de medicina popular, extraídos de un libro que tiene importancia en el argumento de esta novela, es un buen acierto y logra crear en el lector la imagen de unos conocimientos, unos referentes, unas costumbres, a los que siempre se vuelve....
La impresión final que queda, luego de producida la lectura, es que nos hemos enfrentado a una obra en la que se debate mucho, en la que se cuestionan muchos valores, en la que se desnuda la intimidad de un sujeto que ve retrospectiva y críticamente varios sucesos.”



Fragmento de “Sara”:



“Las canciones se hacen más dulces en la noche. La radio suena y Sara se arropa para dormir, una colcha roja está cubriendo su carne, pero sus ojos vagan por el verde de las paredes, muy vueltos a la vida, tiernos, claros. ¡De qué me acuso?, piensa. Llegaba sucio de sudor, sucio de infidelidades. Llegaba de tarde en tarde, cansado, con botas y con sueño para dormir hasta medio día, para comer con malos modos. Él que me amó tiene el cuerpo tatuado con lejanías, la carne olor a humo, a hojas. Cuando su amor era nuevo mi cuerpo se animaba, yo soltaba a mi cuerpo para que paciera en esos llanos umbrosos y mi cuerpo se hartaba, era mi cuerpo feliz.

Ese hombre enredaba mucho los sueños con las cosas, de modo que las ensuciaba; las cosas embarradas del hombre me acosaban hasta hacerme naufragar. Y naufragué en una angustia descolorida. Él me mató en cierto modo en cada travesía que me obligó a hacer. Yo descalza, yo con las manos en el quehacer concreto, yo bella. ¡Ese hombre de corazón errante! A veces cantaba para él, las canciones más bonitas que aprendí de mi madre, canciones al hombreniño porque era niño. Me donaba. También me enredé con los pliegues de su filosofía, de su religión y de su moral social, con sus encantos de razón. Yo emergía cada vez más pequeña y madura, más cansada. ¡Oh, Dios, cuánto cansancio acumulé viéndolo jugar, hacer maromas! Salía a buscar los frutos que al hombre le gustaban: dulces y fuertes. Los frutos fermentaban en mis manos. Él me atemorizaba con sus hambres. Llegó a dolerme aderezar las viandas para el niño, cantar para él. Mientras jugaba con fuego, me abrazaba, se reía a veces y a veces lloraba.

A ese hombre que no era amable, le gustaban también las tardes con luz mortecina, las mañanas con sol furioso y las noches de estrellas frías. Las veinticuatro horas le gustaban y seguían buscando, siempre olvidaba las llaves, quería hacer su ejercicio fervoroso de saltar los muros. Me miraba con el humo de sus ojos que lo mismo que espantarme el sueño.

Me dicen que enloquece, será una locura que lo volverá más niño, quizás sea la seña de su amor, de su feo amor que me propone, sin desear, un retorno.


Estará regresando, entonces, desde su mundo cargado de tibiezas, desde el limbo donde lo serio es pasatiempo y la gente es insegura y no se sirve rectamente de la vida. Quizás vuelve a mis hijos, podría ser que extrañe mi rostro hueco para seguir anidando su timidez; ya no soy el cuerpo languidesciente que un día huyó sin equipaje, soy la roca de la realidad.


No soy un refugio, no busco la ternura ni la ejerzo, el hombre deberá pagar, si es que le nace la vergüenza, todas las cuotas que descuidó su cinismo, me alimentará y cuidará de mis hijos, me colmará con aderezos. Yo pondré sombras en el lecho, me haré artesana del amor y le trataré con un tino que lo avergüence. Sabrá que viaja hacia él mismo; ese niño no morirá de frío, pero lo expulsaré de la tibieza, le pondré grillos en los pies y anteojeras de asno, para que padezca.


Y será, será, allá afuera, un hombre. Mirará al cielo para maravillarse de su infinito futuro. Le tejeré con rigor un alma. Es la condena que comienza a pesarme otra vez, como un mar que gotea en mis llanuras, como un parto de pantanos, su retorno”

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