miércoles, 12 de agosto de 2009

Obras: ÁRBOL AL FILO DEL DESIERTO, novela



ÁRBOL AL FILO DEL DESIERTO, novela, 498 p.
Ediciones Bernardo de Legarda, Quito, Diciembre 6 de 1999. Premio nacional “Joaquín Gallegos Lara 2000”, segùn el jurado “por sus méritos en la creación de personajes, recreación de la cotidianidad de una época y planteamiento de conflictos existenciales.”


Hernán Rodríguez Castelo, en el discurso de entrega del Premio:
“Desde mi mundo, el mundo de la Crítica Literaria, debo decir que cuando conocí el resultado en el que se le daba el premio como a la mejor novela del año a Árbol al Filo del Desierto de Nicolás Jiménez Mendoza, sentí una profunda complacencia, porque este libro, con tener la importancia que tiene, no ha recibido, en los medios de comunicación, mayor atención. Este premio viene a reparar una injusticia; porque esta es un novela importante, me atrevería a decir que esta es la gran novela de Quito.

Esta novela está hecha a mitades. De reflexiones, de meditaciones del personaje principal que se enfrenta a los problemas existenciales, a los problemas de su tiempo; que está angustiado porque -esto se sitúa entre los años 30 y 40- desde entonces ya avizoraba la postmodernidad; y toda esa angustia se va presentando en sus soliloquios, en sus meditaciones. Pero, con estos pasajes interiores, casi filosóficos, alternan cartas que le escriben las hermanas a este Dr. Aguirre, periodista que ha tenido que exilarse, que ha tenido que desterrarse en otro clima, en otro mundo que es Guayaquil, por razones de salud.

Y las hermanas le escriben desde Quito, cartas; y estas cartas son el mayor documento literario que yo conozca de la vida de Quito. Cartas de una aparente monotonía, porque todas están con los mismos problemas; que el arriendo..., que han subido los impuestos prediales, que la señora que vive en el zaguán no paga los arriendo a tiempo... Se trata de una familia noble, venida a menos, que tiene que arrendar muchos cuartos en la casa y sufre de enfermedades y mil problemas... Y se ve Quito. Quito un todo. Nunca una novela sobre Quito atendió a toda esta cotidianidad. Y por la estructura y por el ritmo que coge, esa monotonía se convierte en mayor valor de la novela, porque la vida de Quito era monótona, era triste, era un poco opaca; esta pequeña aldea que era Quito en esos años.

El conjunto de la novela como que nos devuelve a un período de la vida de Quito, con una vida, con una emoción, y con una autenticidad con lo que no lo ha hecho nunca un libro de Historia, porque un libro de Historia no tiene estos enormes poderes de la Literatura.”


Fragmentos de “Árbol al filo del desierto”

"Sospecho que el Viejo quiere bajarse del caballo, a lo mejor ni él mismo cae en cuenta del tamaño de su cansancio. Temo que yo tenga que heredarlo, sin remedio; no será Marcelo, el comedido, a quién le toque, ni a las muchachas. Tendré que retomar su angustia y arrastrarla en medio de los hombres, para que no todos puedan excluirse de la búsqueda y para que la duda esencial tenga vigencia, así sea en las fondas y en las cantinas del mundo.

El Viejo llegó a ser el terror de la comarca, besaban su mano los poetas jóvenes y viejos, hasta los chagras que llegaban del Austro con ínfulas de castellanos puros. Tuvo poquísimos amigos; eran libros, libritos y librotes, con melifluas dedicatorias, los que se amontonaban en su biblioteca.

Del Viejo quedará poco, se cumplirá con él la ley del olvido; o sea que la nube de sus aduladores, avergonzada por sus propias humillaciones, no hablará de él después de que muera, ni dejará que los demás hablen; desearán que sus mendicantes cartas desaparezcan. Y preferirán perpetuar la memoria del otro, del gran alcahuete de mediocridades, fundador de dinastías intelectuales auténticamente idiotas. El Viejo quiere replegarse y, quién sabe, debería ir con él. Lo veo calcinándose con los fuegos de fin de cuentas, con su palabra vuelta insípida, cortejado por los cacaos, ocultando en un silencio enigmático sus propósitos.

Veo sumisa su vida, que antes se desbordaba irónica, obcecada. Ya no muestra el rostro del orgullo, de la victoria; lo veo encogerse hasta cuando se nombra a la tía Luisa en su presencia. Débil titán de la inteligencia, pobre. En sus tiempos heroicos, se reprochaba, acusándose por la pobreza de su casa; pero, en la calle, pronto olvidaba el arrepentimiento: se iba contra el gobierno o se escurría a merodear por Quito. Caía de un cargo, iba a otro, escribió en toda la prensa de su tiempo.

Está queriendo desmontarse, y no podré con su ausencia, con su apellido, ni con los infinitos puntos suspensivos que deja su vida. Creo que se entiende con Dios, o que ni siquiera con Él se entiende. Me abrumará su silencio. Tal vez ya esté más allá del bien y del mal, entonces morirá pronto, es lo que suele suceder...
 "Gustavo nació en Quito, y, además, se hizo quiteño peregrinando por la ciudad. Huérfano, rencoroso, perseguido por la voz y los ojos de la tía Luisa, caminó siempre, asumió la calle día a día; primero, jugándose sus canicas, con los guambras; después, apostando los dientes y el honor en lances juveniles contra los del otro barrio; por fin, exponiendo su vida noche a noche, transitando por el límite, sumido en la bohemia para mantenerse lúcido bajo la luz terrenal a la que jurara fidelidad. Iba cuesta arriba, después cuesta abajo, reelaborando la textura áspera de la ciudad, añadiendo sombras y luces al espacio donde había sido arrojado. La vida, pues, le iba grande y, a veces, estrecha. Desconcertado, sin elaborar proyectos, ávido de licor y pasillos, sintiendo íntimamente esa derrota musical que reivindica la muerte ante el fracaso del amor, se disminuía menos en la cantina que en las labores cívicas o en los estériles ejercicios de la razón humana que había fracasado, siempre, en doctrinas y filosofías.

Para Guayaquil, apenas llegó, era un absoluto extraño; Gustavo se sintió huérfano otra vez. Su relación con esa ciudad comenzó siendo desconfiada; durante las primeras semanas avanzó apenas hasta las esquinas más cercanas. Se contagiaba fácilmente del dialecto guayaquileño, tomaba sigilosamente los primeros tragos, a hurtadillas, en solitario.

Pero eso no podía durar, ya le había llegado el efluvio lujurioso de un trópico escondido, la fragancia de una vida peligrosa y fascinante. Y cierto día salió a caminar, partió del hemiciclo de La Rotonda, siguió a lo largo del bulevar 9 de Octubre, hasta la calle García Moreno y por ésta hasta la 10 de Agosto, siguió a Chimborazo y a San Martín; llegó a Eloy Alfaro, fue a Rocafuerte, tomó por la Colón, dio en Pichincha, siguió hasta Aguirre y por ésta volvió a la Chimborazo; torció por Luque, por Lorenzo de Garaicoa, y estuvo otra vez en la 9 de Octubre. Frente al Tenis Club, empapado en sudor, experimentó la satisfacción de un buen encuentro. La ciudad ya le era menos extraña, la encontró accesible y bullanguera, así es que se apartó del Centro y entró a tomar cerveza fría en un salón. Cuando regresó a mirar al mozo que lo atendía, se encontró con la cara morena, la brillantina y los ojos fieros de Canessa."

Obras: EL ASUNTO, cuentos

EL ASUNTO, cuentos, 134 p.
Ediciones Bernardo de Legarda, Quito 1997.

En febrero de 1997 se presentó su libro de cuentos El Asunto, sobre el que Cecilia Velasco dijo:

“Está presente, y con enorme fuerza, un aire de cinismo, manejado por los distintos narradores. Algo que a lo mejor se podría expresar con un “me masturbo en público, ¡y qué!”. O sea, me engaño, me hago las ilusiones de ..., me aprovecho en cierto sentido, entro en el juego del poder, del oportunismo, del arribismo ¿y qué!.

Por supuesto que se trata de un cinismo amargo, lúcido en varios momentos. Ese aire de cinismo permite, por supuesto, la crítica y la autocrítica.

La burla de los otros, pero también de sí mismo, Hay mucho amargor, mucha ironía. Eso, en general, es sano en la edificación de un mundo ficticio auténtico.

Tenemos el sabor de una literatura no complaciente, sino dura, que hace, a momentos, gala del desparpajo, de la desfachatez. Acaso detrás de esa desvergüenza haya algo que pueda salvarlo todo, y sea un cierto dolor, si bien, camuflado por la dosis de “caradurez” de la que algunos precisan para sobrevivir... configura un mundo y una cosmovisión propios; crea una atmósfera de extrañeza, de que se están tocando ámbitos poco explorados, de que podemos ingresar en ambientes aún poco frecuentados de las duras relaciones que mantenemos los seres humanos”.

Fragmento de “EL ASUNTO”, en el libro del mismo nombre.

"Era pequeño, macizo, tenía la nariz ganchuda, el pelo muy lacio y enormes manos pálida. Vestía una sempiterna chompa de pana gris, calzaba gastadas botas de suela ancha. Deben haberle disparado de primera, porque, estoy seguro, él no se habría precipitado a un encuentro suicida.

Si hubiese tenido oportunidad la habría aprovechado, habría mostrado a los captores sus manos desarmadas y les habría dicho algo como : “tranquilos, no pasa nada, aquí estoy”. Se habría entregado otra vez a la tortura y a la cárcel espantosa, ya las conocía y las había vencido anteriormente. Aunque, quién sabe, sería comprensible que no hubiese querido volver a sufrirlas jamás. él no se habría cansado de vivir, porque le gustaban demasiado las cosas de la vida y también porque tendría conciencia, a esas altura, de que nadie podía reemplazarlo, comandante sin ejército, en su puesto.

Y pienso que su sensibilidad, esa que se le evidenciaba de repente con matices evangélicos, pudo determinarle a ir desarmado, pues quizás había salido a pasear con la compañera, tomándola por la cintura, y habría estado cuidando de que ella no corriera riesgos, preservándola a su modo de cualquier daño, a ella, a la que murió con él. "

Obras: SARA, novela




SARA, novela, 213 p.



Artes gráficas Señal, Quito 1995.



A principios de 1996 circula la novela SARA. primera obra de Jiménez. Simón Espinosa Cordero dijo de ella: "es una novela larga, compleja, descarnada, teológica. Narra la vida interior de Andrés Giler, un militante y activista, su infancia, estudios, matrimonio, labor política, crisis, locura, reencuentro con la mediocridad, conversión, hallazgo de su verdadero ser y misión, aceptación definitiva de su inocencia esencial y de su ineptitud para la acción y el matrimonio. El contrapunto de esta voz narrativa es su esposa Sara, quien lo acompaña a regañadientes a lo largo de su derrotero, asumiendo con gran fortaleza una función de madre y madrastra a la vez.


Contemplan este retorno a la semilla los compañeros de estudio más próximos a Andrés y un hombre casi anciano, matriculado también en la universidad. La vida de estos compañeros desemboca en finales imprevistos: la soledad, las mujeres, la traición y la amistad....


Compleja por la estatura de los cinco personajes principales. Hay que seguir cinco historias, cinco ferocidades, cinco descalabros, cinco soledades. De estos cinco agonistas, Andrés tiene la mayor estatura, luego Sara, después Alberto, y la menor, sin ser de enanos, Marcelo y Daniel en ese orden... El tema mismo resulta complejo porque no es un tópico en la novela ecuatoriana.
Fernando Tinajero ha tratado el desencanto. Jorge Icaza en “El Chulla Romero y Flores” lleva a su personaje a la redención. La novela de Jiménez sume al personaje en el desencanto y la locura, lo redime también pero mediante una vuelta que más que copernicana sabe a la paradoja cristiana de los místicos españoles: dejarlo en la nada para llegar a un todo que, en apariencia, sabe a cruel desnudez, aunque en lo profundo sea un triunfo de la debilidad sobre la fuerza y del fracaso sobre el éxito. Un final que conturba al lector y que lo puede dejar desencantado.... Sin embargo una novela tan compleja, descarnada y teológica, que pesa por sí misma y que llega a lo hondo de quien la lee...”

Los editores dijeron: “Sara, la compañera, es el contrapunto de Andrés en la común y compleja respuesta de fe que ambos personajes dan al caos de vida que les ha tocado, Sara es el más próximo indicio que tiene Andrés para sortear el laberinto. Andrés intenta rescatarse, durante la crisis, con referencia a Sara. La mujer lo pastorea implacablemente para regresarlo a sus cabales.”



El lector de “Libri Mundi” dijo de Sara: “La novela, en su conjunto, demuestra dominio en el manejo del lenguaje. Se logra, a lo largo de su construcción, crear una atmósfera de “pérdida” en torno al personaje Andrés, el protagonista, así como configurar, con riqueza y complejidad características sicológicas....
Un importante acierto constituye la creación de la ciudad. Quito aparece recreada con logros estéticos importantes. Se trata de una urbe vista, además, desde los ojos de personajes que corresponden a un sector específico: sus habitantes pobres, que muestran un nivel de conciencia y participación política. A este respecto, si bien la mayoría no puede ser asumida al margen de su militancia y de sus preocupaciones éticas, filosóficas y sociales, probablemente el discurso, las discusiones políticas concretas, resulten excesivas...
Cuando se consigue ironizar sobre la izquierda, complicar su panorama, mostrar sus costuras últimas -en suma, subjetivarla, verla desde la perspectiva de lo íntimo- el tema no se moraliza y resulta libre de los lugares comunes, los esquemas conocidos por todos....
En la novela se siente la presencia de elementos que configuran un cierto carácter o modo de ser y de sentir de los ecuatorianos, al alterar la narración lógica y ordenada de sucesos a través de los conceptos de medicina popular, extraídos de un libro que tiene importancia en el argumento de esta novela, es un buen acierto y logra crear en el lector la imagen de unos conocimientos, unos referentes, unas costumbres, a los que siempre se vuelve....
La impresión final que queda, luego de producida la lectura, es que nos hemos enfrentado a una obra en la que se debate mucho, en la que se cuestionan muchos valores, en la que se desnuda la intimidad de un sujeto que ve retrospectiva y críticamente varios sucesos.”



Fragmento de “Sara”:



“Las canciones se hacen más dulces en la noche. La radio suena y Sara se arropa para dormir, una colcha roja está cubriendo su carne, pero sus ojos vagan por el verde de las paredes, muy vueltos a la vida, tiernos, claros. ¡De qué me acuso?, piensa. Llegaba sucio de sudor, sucio de infidelidades. Llegaba de tarde en tarde, cansado, con botas y con sueño para dormir hasta medio día, para comer con malos modos. Él que me amó tiene el cuerpo tatuado con lejanías, la carne olor a humo, a hojas. Cuando su amor era nuevo mi cuerpo se animaba, yo soltaba a mi cuerpo para que paciera en esos llanos umbrosos y mi cuerpo se hartaba, era mi cuerpo feliz.

Ese hombre enredaba mucho los sueños con las cosas, de modo que las ensuciaba; las cosas embarradas del hombre me acosaban hasta hacerme naufragar. Y naufragué en una angustia descolorida. Él me mató en cierto modo en cada travesía que me obligó a hacer. Yo descalza, yo con las manos en el quehacer concreto, yo bella. ¡Ese hombre de corazón errante! A veces cantaba para él, las canciones más bonitas que aprendí de mi madre, canciones al hombreniño porque era niño. Me donaba. También me enredé con los pliegues de su filosofía, de su religión y de su moral social, con sus encantos de razón. Yo emergía cada vez más pequeña y madura, más cansada. ¡Oh, Dios, cuánto cansancio acumulé viéndolo jugar, hacer maromas! Salía a buscar los frutos que al hombre le gustaban: dulces y fuertes. Los frutos fermentaban en mis manos. Él me atemorizaba con sus hambres. Llegó a dolerme aderezar las viandas para el niño, cantar para él. Mientras jugaba con fuego, me abrazaba, se reía a veces y a veces lloraba.

A ese hombre que no era amable, le gustaban también las tardes con luz mortecina, las mañanas con sol furioso y las noches de estrellas frías. Las veinticuatro horas le gustaban y seguían buscando, siempre olvidaba las llaves, quería hacer su ejercicio fervoroso de saltar los muros. Me miraba con el humo de sus ojos que lo mismo que espantarme el sueño.

Me dicen que enloquece, será una locura que lo volverá más niño, quizás sea la seña de su amor, de su feo amor que me propone, sin desear, un retorno.


Estará regresando, entonces, desde su mundo cargado de tibiezas, desde el limbo donde lo serio es pasatiempo y la gente es insegura y no se sirve rectamente de la vida. Quizás vuelve a mis hijos, podría ser que extrañe mi rostro hueco para seguir anidando su timidez; ya no soy el cuerpo languidesciente que un día huyó sin equipaje, soy la roca de la realidad.


No soy un refugio, no busco la ternura ni la ejerzo, el hombre deberá pagar, si es que le nace la vergüenza, todas las cuotas que descuidó su cinismo, me alimentará y cuidará de mis hijos, me colmará con aderezos. Yo pondré sombras en el lecho, me haré artesana del amor y le trataré con un tino que lo avergüence. Sabrá que viaja hacia él mismo; ese niño no morirá de frío, pero lo expulsaré de la tibieza, le pondré grillos en los pies y anteojeras de asno, para que padezca.


Y será, será, allá afuera, un hombre. Mirará al cielo para maravillarse de su infinito futuro. Le tejeré con rigor un alma. Es la condena que comienza a pesarme otra vez, como un mar que gotea en mis llanuras, como un parto de pantanos, su retorno”

martes, 11 de agosto de 2009

Presentación


Me llamo Nicolás Jiménez Mendoza. Nací en el barrio de San Roque de Quito, el 16 de septiembre de 1941. Estudié en la escuela San Pedro Pascual, en el colegio Mejía y en el filosofado de San Gregorio de la PUCE.

Desde 1957 he trabajado como voluntario a favor de los demás, según creí, en cada caso, que debía hacerlo. Milité en Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana, ARNE, hasta 1961; en la Acción Católica Universitaria hasta 1967; en la central obrera CEDOC y la Izquierda Cristiana hasta 1976; ejecuté el proyecto de empresas comunitarias del Plan Solanda, fui secretario general del sindicato de trabajadores de la Fundación Mariana de Jesús, hasta 1981; fui director provincial de la Acción Carcelaria, durante ocho años; y hasta ahora soy oficial de taller para recuperar técnicas de la artesanía tradicional de Quito.

Me considero escritor desde 1995, cuando publiqué mi primer libro, la novela “Sara”. Ya tenía 54 años de edad y desde entonces ejerzo esta profesión.

Mientras trataba de mejorar el mundo mediante mi acción voluntaria, tuve que ganarme la vida como contabilista, promotor social y profesor. Hoy escribo y trabajo de anticuario y artesano.
Como cualquier hombre que ha visto tanto del mundo, ha recibido la luz y tiene mi edad, soy agnóstico y anarquista. Detesto a la política que es lucha por el poder, también a las religiones que son instrumentos para dominar con la ignorancia y el miedo. Está en la naturaleza del poder el tratar de absolutizarse y ser permanente. Creo muy poco o nada en las organizaciones y sus líderes. Los sistemas de poder, llámense como se llamen, son inhumanos; me siento bien marginándome cuanto puedo del sistema que impera sobre nosotros. Tengo que enfrentar, en consecuencia, la marginación con que el sistema pretende despojarme de los derechos que tengo como ser humano. Resistir al sistema, sin violencia, es el fundamento de mi ética de libertario. Creo en los jóvenes que tienen la inteligencia fresca, mientras son libres; creo que la nación ecuatoriana tiene, como todas las naciones, un misión, en el concierto mundial de pueblos, a la que es natural adherirse.

Sobre el Autor

“Conocí a Nicolás Jiménez por etapas como en las excavaciones arqueológicas. De joven leí a su abuelo Nicolás y en sus ensayos aprendí admirar y temer al implacable Federico González Suárez. En la década del 70, a través de Hernán Crespo Toral, del Museo del Central, de la burocracia ilustrada del Instituto Emisor traté fugazmente a Nicolás, el nieto. Me impresionó su cabeza ancha que me recordaba los bustos sin pupilas de César y Cicerón. Me hablaban bien de su taller al lado de la Academia al lado de la Merced al lado de la Ipiales. Pasaron diez años. Entonces me buscó. Me trajo un voluminoso manuscrito de su primera novela SARA. Le hice observaciones al texto, pero le escribí un prólogo serio, benévolo en parte y duro en buena parte. Quizás por estas circunstancias SARA, la novela Nicolás, me ha dejado huella. Conocí a su compañera. Vi cómo trabajaban. Supe de su formación, de la de Nicolás, escolástica con los filósofos jesuitas, marxista con la izquierda cristiana, desencantada con la realidad política y humana cotidiana. Esos ojos vacíos de los bustos de César y Cicerón cobraron vida. Y vi mucha vida, dura, fuerte, peleadora, tenaz en Nicolás cuando entró a defender sus derechos y los de su Fundación en un típica lucha contra el poder de la burocracia.”

Simón Espinosa Cordero, del discurso de Presentación de Sello Editorial, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el Jueves 12 de febrero de 1998-

“Nicolás Jiménez, un hombre alejado de los círculos literarios e intelectuales, un trabajador estrechamente vinculado con la producción artesanal, y no por ello un antiintelectual, ha sido mordido, ya en la madurez, por las palabras, y lo ha sido de un modo radical, y esperemos que definitivo.”

Cecilia Velasco Andrade, Cultura No. 8, revista del Banco Central, nov./2000
"Un libertario, apasionado y casi obsesivo"
Rita Merino Utreras, su compañera.