Construir un mensaje que llegue al mayor número de personas es el interés básico de un escritor. Hay diferencia entre aquellos que buscan descarnar la maraña infernal de la sociedad humana, mostrando el mundo como es y clamando justicia; otros siguen el "pedido del mercado", que es banal, pero sí redituable. Ambos casos crean arte construyendo imágenes que ensamblan realidades con ilusiones.
Los primeros, raras veces alcanzan fama, pero su mensaje queda y algún rato despertará conciencias. La última obra de Nicolás Jiménez Mendoza, intitulada "La obra y los duendes ecuatoriales", es una novela de ficción histórica, que analiza los vericuetos del poder, despelleja al gobierno de Mahuad y sus movidas.
Quienes vivimos en Quito, extraña ciudad de importancia política en los Andes desde lo aborigen y colonial, evocamos en su narración y comportamiento de sus personajes, una pintura auténtica con fácil identificación de los actores políticos, pese a sus satíricos seudónimos.
El autor intercala transcripciones de actas coloniales, que muestran contrastadamente, el proceso social, el mestizaje y sus relaciones con el poder. Jiménez escribe extensa e intensamente y a través de sus personajes, propone, recuerda y critica la impavidez de nuestra realidad.
Las editoriales escogen unos escritores para promoverlos, a veces con novelas ligeras y cursis y no a otros, que como Jiménez, golpean con la realidad social ecuatoriana. Hombre de empeño a pulso publicó esta última obra, que a pesar de la vivacidad narrativa tiene el defecto de ser voluminosa, para un momento en el que la gente lee cada vez menos. El tiempo, sin embargo, captura la esencia de lo bueno, lo mantiene y lo trasciende.
(Tomado de Diario La Hora, Quito - Ecuador, Viernes 22 de enero de 2010, Opinión, pág. A6)
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