Este libro de Nicolás Jiménez Mendoza es historia novelada de Quito. O sea, de la Obra. El escritor muestra la ciudad: libertad y largura son un mérito en ese acto, para que ella exprese en boca de personajes de sus calles la quiteñidad. "La vieja Quito, cuya serenidad le viene de siglos. Porque no hay serenidad parecida en el mundo". Y otros personajes que, al parecer, han escogido con sospechosa precisión ciertos acontecimientos de cambio de siglo (y de Gobierno) para ser descubiertos con ojos de poca simpatía (por el autor y por quienes, ya metidos en la lectura, le damos la razón). ¿Esos ojos burlones y terribles de los ciudadanos se justifican? Dicho de otra manera: los duendes ecuatoriales no están en el bando de los buenos.
La obra y los duendes ecuatoriales, narrada por alguien que nació en el centro, y aquella instalación privilegiada beneficia al contador de la epopeya. Nos señala al poder político deshilachado por los mordiscos despiadados del poder económico. Es el banquete caníbal de poderosos, entre ellos devoraron, y la indigestión de los engullidores tuvo al país ecuatorial con dolor de barriga. Nos cayó la dolarización, y el imperio de las gárgolas amenazó con "dejar de considerarlo país, sería un sitio cercano a las islas Galápagos". Un hueco dolarizado en una esquina del mapa de Sudamérica.
El acelerador dolarizador ya estaba a fondo, y uno de los personajes amenaza con desastres bíblicos a Quito si los indígenas, por fin, se la "tomaban". Hubo "la toma", y volvió la calma.
Curiosidad de lector confundido: ¿novela de política o política de novela? Si fuera lo primero, la vida de los personajes no tiene escape; pero si fuera lo segundo, entonces, el escritor inventa desde los inventos de derribo de Gobiernos, especialmente del personaje llamado Abdul Jasir, desventurado presidente que vivía un "ocio terapéutico" en el Palacio Presidencial. Al correr de la novela, sabemos que ese presidente, "absurdamente nocivo", es el alma en pena de un cuerpo reclamado fuera de la Presidencia por enemigos dispares que creían que repartió favores pero, en el reparto, perjudicó a los beneficiarios.
La calle aceptó las denuncias de los desertores de la jorga del presidente Mahafuz, que sus familiares y amigos se largaron del Palacio de Gobierno con costales de billetes al hombro y, de esas calles, saltó a la nación crédula. Nadie lo dudó, y hasta la aritmética del cachondeo dio cifras. In crescendo. "Tampoco necesitó demostraciones de la mariconería de Abdul Jasir para darla por cierta". Se aceptó como criterio inapelable su indefinición múltiple. El narrador se la busca con algunas estrellas del periodismo y les descubre las veleidades de atribuirse la facultad de "tumba Gobiernos". Así es, las voces de las calle compiten con sus mitologías del poder político con las creadas por los medios de comunicación.
Nicolás Jiménez hace una novela monumental y, para facilidad del lector, está dividida en partes y capítulos. Aprovéchenla.
Artículo publicado en Diario Hoy, 28 de Agosto de 2010
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"La Obra y los duendes ecuatoriales" parece ser esquivada por los críticos oficiales y los autoposicionados de los espacios de opinión en los medios tradicionales. Es impensable que esos "maestros" "villanosecuantos" "decanos" y "decanitos" y demás habladores que cocinan sus artículos a conveniencia y paso a paso, vayan hablar del más importante libro publicado en los últimos tiempos, en el Ecuador. "La Obra y los duendes ecuatoriales", está sobre ellos con sus pesadas casi mil páginas y hasta resulta ridículo que traten de fingir que no lo sienten. Llegará el momento en el que esa pretensión de ignorar la Obra será evidencia de su posición respecto de la seria y verdadera literatura que se ha producido en el último tiempo.
Ediciones Legarda